Suiza
en septiembre era preciosa. Rosmarie contemplaba como las hojas naranjas
envejecidas por el tiempo caían de los grandes árboles que rodeaban el
internado Boarding School Finder, o el Besof, como todos los alumnos lo
llamaban. Sus ojos verdes no parpadeaban como los de una persona normal, ella
podía aguantar sin parpadear tanto tiempo que a veces hasta ella se asustaba.
Tenía puesto ya su uniforme, unos zapatos bajos negros con unas calcetas azul
marino hasta las rodillas. Una falda gris oscuro bajaba erizadamente hasta casi
las rodillas, por pocos centímetros no hacía contacto con las caletas. Tenía
una camisa blanca abrochada perfectamente hasta el último botón y por encima un
jersey del mismo color que las calcetas con el logo del internado sobre el
pecho derecho. El logo era una especie de águila que volaba sobre un cielo
claro con las iniciales BSF bordadas con un grueso hilo color marino. Por
primera vez en mucho tiempo se había recogido la larga melena pelirroja en un
moño desaliñado. Cogió sus libros y salió de la habitación sin despertar a su
compañera.
En
la otra punta del internado un chico alto pero tampoco demasiado descansaba la
cabeza sobre la gran ventana de su habitación. Sus ojos, verdes y marrones, una
mezcla un tanto rara pero única, estaban fuertemente abiertos. Iba vestido con
el mismo uniforme que Rosmarie pero con otro tipo de zapatos, con pantalones
largos y él solía usar el jersey sólo para las clases que todavía no habían
empezado. Josh se remangó la camisa y se abrochó mal uno de los botones de la
camisa haciendo que ésta esté mal situada mientras sus ojos se dirigían al
campo verdoso lleno de hojas naranjas que caían y caían. Allí había una chica.
Sí, era aquella misma chica. La chica que todos los días veía por los pasillos.
Según había oído e investigado se llamaba Rosmarie. Se levantó bruscamente y se
arregló la ropa lo mejor que pudo olvidándose de la camisa mal abrochada. Nunca
le había dedicado ni una sola sonrisa ni tampoco una palabra pero por fin había
llegado el día o eso creía. Bajó corriendo las escaleras en forma de caracol
del internado tropezando con todo el mundo inclusive con las cordoneras
desatadas.
-
Maldición – murmuró Josh al tropezar con Zayn.
Se llevaban
mal desde hace unos años, de pequeños habían sido amigos pero hace unos ocho
años todo cambió. Zayn dejó de ser el chico amable y extrovertido que no podía
hacerle daño a una mosca. Algo había pasado pero no sabía el que.
-
¿No piensas mirar por dónde andas? – le contestó
éste borde. – Podrías haber acabado mal.
-
Ahora no – Josh pasó de largo y se dirigió al jardín
donde hace un minuto la vio pero ella no estaba ahí – Maldición, maldición – se
rascó su despeinado pelo mientras sonreía para sí mismo – Hoy tampoco era el
día. – Pero una idea fugaz se le pasó por la cabeza – Claro, es perfecto – y se
fue corriendo sonriendo de oreja a oreja.
Rosmarie pasó por el pasillo que llevaba a la biblioteca y vio a Zayn
peleándose con Josh en lo alto de las escaleras otra vez. Sacudió la cabeza y
siguió andando. Para ella no había ojos más allá de Josh, era como la luz que
necesitaba cada mañana para ver, el agua que le hacía falta para no
deshidratarse y el sol que necesitaban las plantas para sobrevivir. Quizá sea
un poco dramática pero durante cinco años no le había podido quitar los ojos de
encima.
Zayn estaba apoyado en la barandilla de una de las escaleras del
internado. Estaba con su grupo de amigos, muchos estaban detrás suya porque era
mejor tenerlo como amigo que como enemigo, otros por los múltiples favores que
él podía hacerles aunque la mayoría solía pagar caro todo aquello que le
pedían, y otros pocos, mejor dicho dos, estaban con él desde el principio,
después de Josh, claro, ni ellos ni nadie sabía su historia. Harry y Liam
habían estado a su lado en las malas y en las buenas, en los castigos y más
tonterías, en todos los favores y en todos los cobros, se podría decir que
ellos eran como sus hermanos. Alguien pasó por su lado chocándose hombro con hombro,
echándole encima una especie de zumo de naranja mezclado con piña, era
asqueroso, pero se puso furioso. Cogió
al chico por el cuello estampándolo contra la pared y elevándolo unos
centímetros del suelo. Al chico se le había empañado los cristales de las gafas
e intentaba tragar saliva pero sentía como se ahogaba presionado por la firme
mano de Zayn sobre su cuello.
-
Vamos Malik, suéltale – Harry puso una mano sobre su
hombro.
Zayn soltó al chico que respiró entrecortadamente,
intentaba hablar pero no le salían las palabras, estaba como fuera de sí. Sus
gafas empañadas no le dejaban ver.
-
La próxima vez no estarán ellos para defenderte – el
chico se fue con paso ligero - ¡Eh, chico! – se dio la vuelta aún con las
piernas temblándole - ¿Cómo te llamas?
-
Roosvelt, Ted Roosvelt – Ted tragó saliva y siguió
andando.
Zayn vio a
Rosmarie pasar y salió corriendo hasta cortarle el paso. La miró, a ella y a
sus ojos, le encantaban, ese verde le hacía recordar la naturaleza, el amor y
la primavera. Le sonrió, ella lo hizo sonreír por primera vez en todo el día.
-
Missy,
¿a dónde vas con tanta prisa?
-
¿Por
qué sigues llamándome así? – le contestó ella molesta – No tienes remedio –
sacudió la cabeza haciendo que un mechón de pelo se le saliera del moño.
-
Es
…. No lo entenderías – Zayn se encogió de hombros y volvió a insistir – No me
has dicho a donde ibas.
-
Mmmm
…. yo…. Tengo…. Yo…. Cosas – se fue dejándolo ahí plantado con la palabra en la
boca. Era una chica tan indecisa.
*
Ella estaba en
la biblioteca sumida en un libro, se levantó un momento para buscar unas
referencias en otro libro y cuando volvió había una nota sobre su libro.
“En el desván a las 10 esta noche. Te estaré
esperando”
Nunca le habían
dejado una nota como esa. La olió y se dio cuenta que olía a rosas mezcladas
con fresas frescas. Era un olor a primavera. Sonrió para sí misma, miró la hora
y cerró el libro. Saliendo de la biblioteca se encontró con Zayn.
*
Rosmarie llegó
al desván, estaba todo oscuro menos el centro de la habitación que estaba iluminada
por una vela. Por toda la habitación se esparcía un olor a rosa mezclado con
fresas, era el mismo perfume que el de la carta. Alguien le tocó el hombro y le
susurró un “shhh” . Esas mismas manos
le ataron los ojos con un pañuelo fino de seda.
-
¿Te
dejarías llevar por un momento? – Rosmarie dudó al oír esa voz. Era dulce pero
firme, no se notaba nervioso sino todo lo contrario. Después ella asintió.
El chico
entrelazó una de sus manos con la de Rosmarie. Hizo que diera una vuelta sobre
sí misma y después la abrazó por detrás. Le dio un dulce beso en el cuello.
-
¿Te
puedo llamar Rossy? – ella volvió a asentir. Esa voz le ponía la piel de
gallina pero le encantaba. Él la llevó al centro de la habitación donde de
repente se oyó una extraña música. Era la novena sinfonía de Beethoven. Empezó
a bailar y la guiaba entre sus pasos torpes.
-
¿Te
puedo contar un secreto sin que te rías? – preguntó ella como un susurro.
-
Claro
– entrelazó las dos manos con la de ella.
-
No
sé bailar – Rossy pudo sentir como él sonreía – pero me encanta esta canción,
¿cómo lo sabías?
-
No
lo sabía – contestó él firmemente – fue pura suerte – la seguía guiando entre
las altas y bajas notas de la bella sinfonía. La música cesó y empezó a hablar
– Nunca tuve el valor de hablarte – Rossy notaba como su voz temblaba, él tomó
aire y prosiguió – Siempre giraba la cabeza para otro lado.
Le acarició la
mejilla con el dorso de su mano derecha, con la otra mano le soltó la melena
pelirroja y enredó su mano en ella atrayéndola contra su cuerpo. Rossy podía
sentir su respiración sobre su mejilla y poco después su boca estaba en
contacto con la suya. Tenía unos labios finos, jugosos y dulces. Se movían de
un lado para otro. Rossy le tocó el pecho y notó los botones de la camisa mal
abrochados. Era un desordenado, pero no le importaba. Ella seguía atada de ojos
pero tampoco le importaba. No le hacía falta verle porque ese beso ya lo decía
todo.
-
Cuenta
hasta diez y puedes quitarte el pañuelo – él le soltó las manos y antes de que
ella empezara a contar le dio otro beso corto y suave. Cuando acabó de contar y
se quitó el pañuelo ya no había nadie allí, todo estaba vació. Cuando cogió sus
libros vio que encima había una nota, con el mismo olor y la misma letra que la
nota de la biblioteca.
“Mañana a la misma hora”
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